quinta-feira, 2 de janeiro de 2014

Uma carta de amor

No, no y no; por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución?  ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no es grano de anís que te hay dejado por el general Bolívar, dejar  a un marido sin tus méritos no sería nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido?  No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro.
Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestras vidas serán enteramente espirituales. Entonces, todo será muy inglés, porque la monotonía está reservada para tu nación (en amor claro está, porque sois muy ávidos para los negocios). Amas sin placer. Conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Sin atributos divinos, pero yo, miserable mortal que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con todo esa seriedad inglesa. ¡Cómo padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto?
Pero basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza de una inglesa, nunca más volveré a tu lado. Eres católico y yo atea y esto es una razón mayor y todavía más fuerte. ¿Ves con qué exactitud razono?

Manuela Saenz

Nenhum comentário:

Postar um comentário